16-09-2019
Todo indica que nos acercamos al momento en el que las grandes compañías tecnológicas se enfrentarán al enorme desafío de la regulación en su país de origen, los Estados Unidos, con consecuencias que afectarán sin duda a lo que puedan plantearse hacer o dejar de hacer en otros países. Con la excepción de Microsoft, que ya vivió sus choques con las autoridades reguladoras hace casi veinte años y que ahora parece quedarse completamente al margen, las grandes empresas tecnológicas se encuentran bajo la lupa, y se verán sin duda afectadas en múltiples aspectos de su negocio.
¿Qué ha desencadenado este afán regulatorio? En primer lugar, la evidencia de que esas compañías han resultado ser espantosamente malas a la hora de autorregularse. Una detrás de otra, las grandes tecnológicas han ido demostrando un nivel de irresponsabilidad demencial, capaz de poner en riesgo ya no a sus usuarios o a sus competidores, sino de resquebrajar los aspectos más básicos y fundacionales de la sociedad, como la privacidad o la mismísima democracia.
Lo que se le viene ahora encima a estas compañías es una acción inminente, no partidista, y ejecutada al máximo nivel: los fiscales generales de varios estados, tanto republicanos como demócratas, han iniciado investigaciones sobre estas compañías. En la picota, mayoritariamente, cuestiones como la gestión de sus plataformas o las estrategias que han utilizado para imponerse a la competencia: cómo Apple manipula su App Store para posicionar sus aplicaciones sobre otras, ejerce un control omnímodo o impide las reparaciones hechas por otras empresas, cómo Google hace lo mismo con sus resultados de búsqueda para monopolizar progresivamente el tráfico en la web, cómo Facebook se dedicó a adquirir todo aquello que podría eventualmente llegar a hacerle sombra o permitió usos completamente irresponsables de su plataforma, o cómo Amazon creó cientos de marcas propias de todo tipo de productos y las posicionó por encima de las de las compañías que intentaban vender en su tienda.
¿Cómo enfocar un proceso de regulación que puede ser, en algunos casos, enormemente complejo? Hablamos de reconstruir el panorama regulador que en su momento destrozó Robert Bork durante la administración Reagan, cuando neutralizó completamente la legislación antimonopolio y propició un entorno caracterizado por el «todo vale» que nos ha llevado a donde ahora estamos, y para ello habrá que poner en marcha medidas para separar la gestión de las plataformas de los intereses de sus dueños, posiblemente que obligar a retrotraer determinadas operaciones de adquisición, que buscar nuevos mecanismos de control y supervisión, que crear nuevos impuestos o evitar los agujeros que tenían los anteriores, o incluso que forzar la apertura de los datos o incluso de los algoritmos de funcionamiento de determinadas funciones que se consideran centrales y estratégicas para algunas compañías. Estamos hablando de reescribir las reglas del juego para la economía de los datos, para una economía que ya se había reescrito a sí misma, y que estaba llevando a la sociedad a una situación cada vez más insostenible.
¿Debemos confiar en la regulación como poción mágica que solucione todos los problemas? No, en absoluto. La capacidad y la habilidad de los reguladores ha sido, históricamente, muy torpe y limitada, y los políticos norteamericanos ya han demostrado sobradamente que, salvo honrosas excepciones, carecen de los conocimientos necesarios para regular algo que no entienden en absoluto. ¿A dónde nos llevará este proceso regulatorio? Es difícil saberlo. Pero eso no quita que resultase fundamental hacer al menos un intento de regular algo que había demostrado estar completamente fuera de control.