27-02-2019
La progresiva popularización de los asistentes inteligentes creados por compañías como Amazon, Google, Alibaba o Xiaomi en hogares de todo el mundo está generando algunos debates sobre la manera en que este nuevo entorno doméstico debe compaginarse con todos los aspectos de nuestra vida, entre otros, la educación de los niños. En un país como el Reino Unido, hay ya unos dos millones de niños que, de manera cotidiana, interaccionan con este tipo de dispositivos: parece procedente ya hacerse preguntas como el tipo de relación que los niños deben tener con ellos, si es bueno o no permitirles que los usen para hacer sus deberes o para divertirse, cómo deben tratarlos, o qué pasa si tus hijos aprenden a decir “Alexa” antes que “papá” o “mamá”.
Compañías como Amazon han lanzado versiones de sus dispositivos especialmente orientadas a niños, y algunos proveedores de contenido como la BBC trabajan en skills orientadas a ellos, lo que nos obliga a pensar en el futuro de esa relación. Cerrarnos y pretender que ese tipo de dispositivos no existen resulta profundamente absurdo: en algún momento, los niños se encontrarían con ellos en casa de un amigo o en otros entornos, y no parece razonable mantenerlos en la ignorancia con respecto a una tecnología, la interacción mediante voz, que aparece progresivamente en más sitios, incluidos nuestros smartphones. Después de todo, la educación consiste en la preparación de los niños para el entorno en el que van a vivir, y todo indica que en ese entorno, los asistentes inteligentes con interfaz de voz van a ser una pieza bastante habitual. Renunciar a que los niños aprendan a interactuar con ellos, a pedirles determinadas cosas o incluso a crear rutinas para ellos mediante herramientas sencillas parece muy poco razonable, porque los asistentes inteligentes son, hoy en día, una de las áreas en las que más claramente podemos ver el desarrollo de la inteligencia artificial funcionando a un nivel adecuado como para soportar interacciones cotidianas, un área de desarrollo que sin duda va a generalizarse próximamente, y de la cual no resulta muy inteligente mantenerse alejado dado el cambio que va a suponer en nuestras sociedades. Por otro lado, en un hogar con una cierta presencia de dispositivos inteligentes, la propia vida cotidiana demanda el uso de ese tipo de interfaces, lo que prácticamente obliga a los padres a plantearse cómo enseñar a sus hijos a utilizarlos.
Algunos fabricantes como Google o Amazon comenzaron ofreciendo la posibilidad de utilizar a sus asistentes domésticos para, supuestamente, enseñar modales a nuestros hijos, premiando el uso de palabras como “por favor” o “gracias”. No faltan, sin embargo, visiones contrarias a este uso, que sostienen que ese uso es absurdo y que lo que tenemos que enseñar a los niños, en realidad, es a diferenciar entre máquinas y personas. ¿Tenemos que tratar al asistente con educación porque nos genera una impresión desagradable tratarlo como si fuera un esclavo? No, porque tanto el concepto de buenas maneras como el de esclavitud no son aplicables a una máquina, por mucho que el uso de la interfaz de voz aún nos confunda. Tratar con educación a una máquina como si fuese una persona supone, en realidad, una antropomorfización de un ente que, aunque cuente con un cierto nivel de inteligencia, no es humano, ni se beneficia en absoluto de un tipo de trato determinado. ¿Acaso tecleamos nuestras búsquedas en Google acompañadas de un “por favor”? De hecho, pretender que sea un asistente doméstico el que enseñe modales a tus hijos puede convertirse en una subcontratación errónea de la labor de educación, como puede ocurrir cuando es el asistente doméstico el que pasa a resolver muchas de las dudas que los niños tienen cuando se enfrentan a sus deberes.
¿Cómo hay que actuar, por tanto, cuando se tienen niños y asistentes domésticos? Simplemente, con naturalidad. Enseñando a los niños que eso es una máquina, no una persona, y que tiene una serie de usos que es bueno que entiendan. Al principio, con niños más pequeños, las cosas son complicadas: los asistentes pueden confundirse con la “media lengua” de los niños y dar resultados que van desde lo desesperante a lo directamente desastroso, y es algo que hay que tratar con el debido pragmatismo: contar con la posibilidad de extender ciertas precauciones parentales sobre el contenido, ya habituales en nuestros dispositivos, a nuestros asistentes domésticos, y no esperar que sean estos asistentes los que enseñen a nuestros hijos a hablar. Un tratamiento demasiado restrictivo dará lugar a situaciones absurdas, mientras que una liberalización total del uso, unido a la falta de supervisión, puede traer consigo problemas. Lo correcto parece explicar a los niños que los asistentes domésticos no son personas, que no son amigos, y sí un recurso que puede ser utilizado de manera habitual para tareas concretas. En realidad, el uso para responder a preguntas cuando los niños hacen deberes tiene el mismo sentido que permitirles o no recurrir al ordenador o al smartphone, con la única diferencia de la interfaz. Toda vinculación afectiva adicional del niño con un asistente doméstico indica, simplemente, que el niño tiene una carencia afectiva que está intentando cubrir con otros elementos a su alcance, y debería ser motivo de alarma. El asistente doméstico, como ocurre con las tabletas o con el smartphone, no son ni deberían ser “dispositivos apaganiños”, aunque eso no implique que no puedan puntualmente ser utilizados para el entretenimiento.
Integrar los asistentes domésticos en la educación de nuestros hijos a medida que estos dispositivos se integran en nuestros hogares es algo que, de una manera u otra, tendremos que plantearnos en el futuro. Ver a estos asistentes de manera artificiosa, con un respeto excesivo, con políticas excesivamente restrictivas o con una ausencia irresponsable de supervisión (y más teniendo en cuenta que podemos consultar en cualquier momento el registro de todas las interacciones con ellos) puede ser el origen de problemas. Pero en cualquier caso, tampoco es esperable que todo sea perfecto y no surja ningún problema, dado que estamos todos explorando conceptos nuevos. Lo único que se puede recomendar es naturalidad, transparencia y un cierto control ejercido con responsabilidad. En el equilibrio, como siempre, estará la clave.