11-01-2019
Un interesante artículo en The Conversation, “Yes, GPS apps make you worse at navigating – but that’s OK“, explora las consecuencias del uso habitual del GPS sobre la reducción de nuestras habilidades de orientación y navegación: cuando lo utilizamos, el GPS se convierte en una herramienta que nos lleva a dirigirnos a nuestro destino sin fijarnos especialmente en los elementos de la ruta, lo que hace que, en la mayoría de los casos, no seamos capaces de recordar el camino que utilizamos. Cuando intentamos repetir esa ruta sin la ayuda del GPS, es habitual que cometamos más errores y nos lleve más tiempo, lo que nos convierte en menos competentes a la hora de encontrar nuestro camino.
El uso del GPS ha evolucionado con el tiempo a medida que la tecnología introducía progresivas mejoras en su aplicación. Con el tiempo, hemos ganado sensiblemente en precisión, hemos pasado de mapas estáticos almacenados en el dispositivo a mapas estáticos que son descargados de la nube en tiempo real, y hemos pasado de disponer simplemente del mapa y de una estimación basada en la distancia, a incluir datos en tiempo real del tráfico y estimaciones muy certeras que incorporan esta variable al cálculo de nuestro tiempo de llegada. Muchas personas, de hecho, utilizan el GPS ya no solo para llegar a un sitio que no conocen o al que no han ido nunca, sino para su desplazamiento habitual entre lugares perfectamente conocidos como por ejemplo su casa y su trabajo, con el fin de tomar mejores decisiones entre rutas alternativas en función del tráfico, o incluso se entretienen compitiendo contra el GPS para ser capaces de batir su estimación inicial.
La navegación mediante GPS nos convierte en conductores distraídos con respecto al entorno, más pendientes de entender el diagrama o de interpretar bien las instrucciones de voz que de las propias circunstancias de la ruta. Y por supuesto, hablamos de una tecnología enormemente adictiva: si quieres vivir una experiencia interesante, trata de volver a moverte por una ciudad desconocida “a la antigua usanza”, con el típico mapa de papel que te entregan en un hotel, y verás hasta qué punto echas de menos el pequeño punto azul que refleja tu situación.
La justificación habitual para tratar de evitar estos efectos, el “qué pasa si te quedas sin batería o se te olvida o estropea el smartphone“, tiene cada vez menos justificación en un mundo en el que estos aparatos son cada vez más ubicuos y confiables. En la práctica, todos sabemos que seríamos incapaces de utilizar muchísimas de las tecnologías que empleaban nuestros antepasados para hacer infinidad de tareas que posteriormente fueron olvidadas gracias al desarrollo tecnológico: somos personas, no museos caminantes, y tendemos a buscar la practicidad. Seguir intentando acumular habilidades “por si acaso” un día desaparece la electricidad o una supuesta llamarada solar aniquila todos nuestros dispositivos parece más bien poco operativo.
¿Es esto necesariamente malo? En realidad, es exactamente el mismo tipo de beneficio que obtenemos de otras tecnologías a medida que las utilizamos: recordar menos números de teléfono porque ahora llevas el listín telefónico en el bolsillo fácilmente accesible y no llegas a ver ni a marcar el número como tal o, llevándolo al extremo, utilizar una escopeta en lugar de un arco y una flecha para cazar. Por supuesto, ahora nos costaría más memorizar números de teléfono si nos viésemos obligados a hacerlo, del mismo modo que a un cazador le resultaría verdaderamente complicado prescindir de su escopeta y tratar de cazar con la herramienta que se utilizaba habitualmente hace siglos, pero la realidad es que también hemos incorporado muchos más beneficios asociados, como la posibilidad de disponer de muchos más números de teléfono que los que podríamos humanamente recordar (equivalente a un incremento de la capacidad de almacenamiento del cerebro mediante un dispositivo prostético o suplementario), al igual que un cazador puede ser sensiblemente más eficiente a la hora de obtener presas con una herramienta tecnológicamente mejorada.
¿Qué ocurre cuando miramos hacia el futuro? A medida que los vehículos autónomos comienzan a inundar nuestras carreteras y calles, ya no es solo la navegación la que se ve subcontratada, sino todas las tareas relacionadas con la conducción. La mayoría de los desplazamientos en el futuro se harán en máquinas que nos llevan de un sitio a otro sin intervención alguna por nuestra parte, sea un transporte público o un vehículo integrante de una flota de taxis autónomos, lo que llevará ya no solo a que nos desconectemos de las circunstancias de la ruta para centrarnos en las instrucciones del GPS como ya nos ocurre ahora, sino incluso que podamos retirar completamente nuestra atención y dedicarla a otras cosas, como leer, dormir o conversar con un compañero de viaje. ¿Cómo afectará algo así a nuestra conciencia espacio-temporal? ¿Invertiremos más tiempo en mirar más el paisaje por la ventanilla, o por el contrario, haremos otras cosas y terminaremos por prácticamente no conocer el paisaje entre origen y destino? ¿Iremos pendientes de la ruta escogida por los algoritmos de navegación del vehículo, o nos fijaremos únicamente en la estimación del tiempo de llegada y nos desconectaremos de la navegación?
Los vehículos autónomos ya están aquí. Waymo lanza su servicio ya de manera comercial este año en los Estados Unidos, el Reino Unido dispondrá de taxis y autobuses autónomos en 2021, y en muchas otras ciudades del mundo, múltiples actores se preparan para despliegues similares. Habitualmente, no pensamos en los efectos de la tecnología sobre nuestros cerebros hasta que esos efectos se producen debido al uso habitual, y surgen todo tipo de catastrofistas y agoreros avisando de terribles problemas que posteriormente suelen demostrar ser miedos carentes de toda base real. En este caso, una gran parte de la discusión estará sesgada por la evidencia de efectos positivos asociados con un menor número de accidentes: en general, desconectarnos de la ruta a seguir es preferible a tener más riesgo de morir en ella. Pero aún así, surgirán escépticos que nos avisarán sobre supuestos deterioros cognitivos y se preguntarán qué haremos si un improbable día tenemos que ir andando a cualquier sitio. ¿Estamos preparados para ver cómo todos los que negaban que pudiésemos disponer de vehículos autónomos en 2020 se dedican ahora a avisarnos sobre los “terribles efectos” para nuestros cerebros que vendrán del uso de “tan terrible” tecnología? ¿Sois de los que pensáis que el GPS, como otras tecnologías, nos ha llevado globalmente a una situación peor? ¿O ya habéis entendido el valor de ese tipo de análisis?
Fuente: https://www.enriquedans.com/2018/11/los-efectos-de-la-tecnologia-el-gps-y-tu-cerebro.html?amp=1