16-02-2018
En 3 de enero de 2009 se produjo un evento sísmico en la historia financiera global: nació oficialmente el bitcoin, la primera moneda digital descentralizada. Desde entonces, su historia estuvo marcada por la euforia y el escepticismo. Fanáticos e inversores especulativos llevaron su precio de meros centavos a cifras astronómicas y los popes del establishment financiero resistieron ferozmente su adopción, sobre todo desde los organismos regulatorios de todo el mundo.
Sin embargo, había un punto de contacto entre los extremistas a uno y otro lado de esta discusión: el potencial disruptor de blockchain, el libro contable en el que se asientan las transacciones realizadas con criptomonedas como bitcoin. "En [el Foro Económico Mundial de] Davos tuve contactos con los jefes de varios bancos centrales. Ellos no quieren al bitcoin integrado a la economía real. Es necesario separarlo de los desarrollos de blockchain. Podría convertirse en una herramienta muy eficiente si dejamos de verla como una parte intrínseca del bitcoin", ejemplifica a LA NACION Hans-Paul Bürkner, presidente de la consultora Boston Consulting Group (BCG).
A grandes rasgos, el blockchain es una base de datos distribuida, segura y de código abierto, donde pueden almacenarse e intercambiarse todo tipo de valores (desde fotografías, música y arte, hasta dinero y acciones, entre otros) sin la necesidad de intermediarios. Los bloques se vinculan entre sí mediante criptografía y contienen datos de la transacción que no pueden ser alterados de forma retroactiva sin el aval de la mayoría de los nodos de la red. Su invención corresponde al mismo Satoshi Nakamoto al que se atribuye la creación del protocolo bitcoin. "Es un conjunto de bloques que se almacenan en nodos que conforman la red. Es más fácil colaborar que corromper, porque para cambiar la base necesitás el 51